jueves, 3 de julio de 2014

TESTIMONIOS


EXPERIENCIA A LOS 17 AÑOS

 Son muchas las cosas que podría decir de mis viajes a Lourdes con la Hospitalidad. Este año va a ser el tercero y tengo la misma ilusión que en el primero, aunque no sabía a qué me enfrentaba. Tenemos tiempo para todo: hablar con los enfermos, cuidarlos, acudir con ellos a las celebraciones y, en los momentos de descanso, conocer gente...pero sobre todo disfrutar del ambiente de espiritualidad que se vive en Lourdes y la escpectacular belleza del santuario. Para mí, es muy emocionante la procesión de las antorchas en la cual nos toca llevar a la Virgen.

Por supuesto tengo intención de volver todos los años que pueda y conseguir que gente de mi edad se anime para compartir con todos nosotros esta magnífica experiencia.

Luis Adarraga Amigo

MI INOLVIDABLE PRIMER VIAJE A LOURDES

 Estando en una reunión con unas compañeras, una de ellas empezó a relatar una experiencia que le había sucedido con un viaje a Lourdes. El tema me interesó y comencé a informarme sobre dicho viaje. Sólo se necesitaba buena voluntad y lo demás, sobre la marcha: decidí pasar por esa nueva experiencia.

Llegó el día tan señalado y lo siguiente fue conocer a los enfermos que harían el viaje conmigo. Cuando llegamos a nuestro destino me quedé fuertemente impresionada al ver la cantidad de personas que, de todos los puntos del mundo, se congregan allí para ayudar a todos esos enfermos que ni siquiera conocen.

Yo me di cuenta que la fuerza que a todos nos movía era algo inexplicable, algo interior muy fuerte que en ese momento se contagiaba e irradiaba a todas las personas que allí estábamos concentradas, tanto enfermos como cuidadores. El espíritu de Nuestra Señora se hacía presente y la fe se hacía patente en todos nosotros. La experiencia que yo viví no se puede expresar con palabras de esas personas enfermas a cambio de sólo un poco de atención y cariño que en esos momentos yo sentí que mi alma se agrandecía de una manera total y que el viaje me había reportado una paz espiritual y una gran creencia en Nuestra Señora.

Por lo cual, estoy dispuesta y siento verdaderas ganas de repetir esta experiencia cuantas más veces mejor porque creo que lo que allí sentí fue algo tan grande y tan especial que nunca olvidaré.

LA LLUVIA EN LOURDES

Cada vez que mi amiga se iba de voluntaria a Lourdes, a su vuelta necesitaba una tarde entera para contarme lo maravilloso que era, y decidí que tenía que verlo con mis propios ojos.
Fue la mañana de un viernes del mes de mayo cuando, a las ocho en punto, me encontraba vestida como una verdadera enfermera en la estación de autobuses de Logroño. Estaba un poco perdida porque no sabía qué hacer. Me dejé llevar. De repente aparecen sillas de ruedas con personas muy alegres, como si una excursión del colegio se tratara. No había llevado una de estas sillas en mi vida, y en ese momento, un chico con un brazalete en el brazo me dijo que si no me importaba acompañar a una señora a identificar su equipaje. Ayudaba en todo lo que podía y sin darme cuenta ya era una más de esta maravillosa Hospitalidad. Nunca se lo he dicho a nadie, pero lloré al ver tanta cordialidad y humanidad junta. Todos estaban felices y yo, la que más.

En el camino conocí a los que iban a ser mis compañeros durante cuatro intensos días, ahora mis amigos. Ellos me contaron sus experiencias y la historia de una niña que vio por primera vez a la Virgen de Lourdes. Me gustó.

Cuando llegamos, nos repartieron el trabajo y, como si fuera un equipo de fútbol, todos nos pusimos a la carrera, todos teníamos una misión, nadie se queda fuera, te sientes realmente útil, asumes esa responsabilidad y tratas de hacerla lo mejor que puedes. Junto con mi gran amiga, nos pusieron a cargo de unas habitaciones del hospital donde teníamos que asistir a los enfermos y estar pendientes de ellos en todo momento.

Son los enfermos los protagonistas de esta historia. Sin ellos no hay Lourdes. Todos con sus problemas y tristezas te hacen fuerte, y valoras aún más si cabe cada minuto de tu vida. Y yo me preguntaba quién le daría tantas fuerzas a estas personas para seguir luchando cada día y sobrellevar su dolor infinito. Pronto lo comprendí.

Cuando llegó el ocaso, todos se fueron a dormir. Fue entonces cuando alguien dijo "vamos a la gruta a ver a la Virgen" y allí fuimos. De repente empezó a llover, un silencio absoluto y el ruido de las aguas del río Gabes acompañaron mi cansancio, pero todo se iluminó cuando la vi por primera vez. Allí estaba la Virgen de Lourdes iluminada con una columna de antorchas (deseos de muchas personas) y protegida por una gruta. Todos estaban en silencio, unos de rodillas, otros sentados, otros de pie, pero todos mirándola. Y todos con una sonrisa en la cara. Mi amiga me susurró que Lourdes tiene mucho encanto cuando llueve. Esa noche fue la mejor en Lourdes.

Me quedé ahí parada frente a Ella, no me daba cuenta de que me estaba mojando, sencillamente me presenté y le dije que era un honor para mí estar con Ella. Volví a llorar y le di las gracias por todo. Por primera vez en mi vida quedé en paz, no pensaba en otra cosa y recé como nunca había hecho.

Entonces comprendí por qué aquellas personas a las que ayudaba a subirse al carrito, a asearse o sencillamente a hablar con ellas, me sonreían y me agradecían todo cuanto hacía por ellas. Era poquito pero les bastaba y eso les reconfortaba tanto como a mí ver aquella noche lluviosa a mi Virgen: la Virgen de Lourdes.

María Fernández de Jubera Sierra

Dedicado a mi abuelo Pedro, siempre fiel a la Virgen de Lourdes.

CARTA DE UNA VOLUNTARIA

Hola a todos.

Cuando me pidieron que escribiera sobre mi experiencia con la Hospitalidad de la Virgen de Lourdes, me vinieron a la cabeza tantos sentimientos y recuerdos, que no sé por dónde empezar.

Una persona muy especial, a la que desde siempre he querido mucho, llevaba ya un tiempo animándome a participar de esta experiencia, hasta que un año, por razones personales muy importantes para mí, decidí embarcarme en este maravilloso viaje junto a todos vosotros. Al principio, estaba un poco asustada, no conocía a casi nadie, temía no saber adaptarme a las situaciones que estaban esperándome, a no saber tratar a los enfermos como se merecen, en fin, a no estar a la altura. Todo era nuevo para mí. Pero estos miedos se disiparon por completo al llegar a la estación de autobuses.

De repente, me encontré en medio de vosotros, un hormiguero de camilleros y enfermeras, jóvenes y mayores, que se movían con rapidez con el fin de tenerlo todo preparado y dispuesto para emprender nuestro viaje. Cuando sentí la amabilidad y el cariño que se respiraba, me di cuenta de que ya no había marcha atrás, era mi primera vez pero, desde luego, no la última.

Por supuesto, qué decir de los enfermos, sois la parte más importante de este camino. Simplemente con vuestras conversaciones, vuestras sonrisas, vuestro cariño y vuestra fe a la Virgen nos devolvéis muchísimo más de o que nosotros podemos dar. Muchas veces, sólo con observaros, una se da cuenta de que los pequeños milagros existen.

Entre todos y junto a la Virgen, hicisteis y hacéis que el cansancio físico, los madrugones y los esfuerzos se conviertan en una experiencia tan impactante, gratificante y renovadora, que tengo la sed y necesidad de repetirla año tras año.

Por último, agradeceros a todos por acogerme como un miembro de esta gran familia, por darme todo el cariño que he recibido, por demostrar que se puede vivir de otra manera y por enseñarme que esta experiencia te cambia la vida.

Con deseos de veros pronto.

Verónica López


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